Muchas veces las cosas permiten que podamos ver su testimonio en la
heridas que va dejando el tiempo. No es la forma de caer, de precipitar, que
parece ser perpetua y omnipresente, sino la manera en que la forma lo
manifiesta. Poder dibujar la fuerza que recorre el edificio, parece ser un
ejercicio hermoso cuando la arquitectura permite hacerlo.
Una roca, un árbol, una colina, un trozo de tierra.
La fuerza de sus pesos se dibujan en las costuras, las comisuras, los
nervios y apoyos que ha consolidado el paso de los años. Es la manera en que la
costra de la roca parece dibujar las fuerzas que el tiempo se ha encargado de
estampar en su rugosa tosquedad. Los nervios del árbol, que se alza
serpenteando el viendo para apoyar su peso en el suelo, haciendo evidente su
necesidad de firmeza y ductibilidad en los espesores de cada una de sus piezas.
Sus
anchos y espesores, parecen responder a esta necesidad.
Es el peso y el tiempo, la gravedad
y la tierra.
En Chile este peso parece ser distinto. Es un peso denso y espeso, un
peso que no sólo gravita, sino que precipita sus cargas con exigencias
derivadas de las fuerzas dinámicas horizontales.
Es un peso derivado de su geografía, de los accidentes que han dado
forma al suelo, de la colisión de la placa Sudamericana y la placa de nazca,
condición que ha moldeado nuestro suelo, historia, gente y desde luego nuestra
arquitectura.
A partir del ensayo y error, nuestros edificios se levantaron para ser
derribados una y otra vez. Ese largo proceso se consolida materializando una
estética del resguardo que moldea nuestros edificios en una lógica donde la
carga y los sistemas de soporte estructural definen espesores, distancias,
tamaños que explica que el peso en nuestro suelo se expresa de manera distinta
en la obra de arquitectura.
Los sistemas que el tiempo ha obrado para sostener las cosas en pie,
parecen enfrentar un suelo rebelde, inquieto, intranquilo. En consecuencia,
nuestra arquitectura obra desde su estética del resguardo, aportando una visión
particular donde el peso y la estructura son un potente punto de partida para
obrar nuestra arquitectura.
¿Cómo podría nuestra obra hacer del peso un elemento que defina la
singularidad de nuestra expresión arquitectónica?
¿Cómo podría el peso poner a prueba los límites de la expresión
estructural del proyecto de arquitectura?
La singularidad de nuestro peso, es al edificio, lo que su principio
formal, es a su expresión estructural y arquitectónica.
Somos arquitectura robusta, de dimensiones acotadas, de arriostramientos
diagonales, muros, elementos apuntalados, una arquitectura ajena al pilar, las
grandes luces y los voladizos, una arquitectura que prefiere una necesidad de
resguardo ante la ligereza y la liviandad.
¿Cómo hacer de estos atributos una singularidad?
El peso debiera dibujar sus vectores en la piel de los edificios, casi
como un tatuaje que ha dejado el tiempo en sus huesos, sus músculos. El cuerpo
debiera tener sus medidas gruesas, robustas, definidas para oponerse (o
sumarse) a los movimientos de la tierra. La arquitectura de los pesos (los
pesos de la arquitectura), que deforman y alteran lo que parece ser frágil y
silente, para mostrarnos una expresión cruda, tosca, gruesa, robusta, cárnica,
única, bella.
La
arquitectura como peso y como una expresión evidente. Que aquello que soporta
sea arquitectura, estructura, función, pieza constructiva. Asimilar la
honestidad como una expresión que da cuenta del cruce de la arquitectura con el
territorio, y que singulariza nuestra apropiación como un enfrentamiento local
entre el cuerpo del edificio y la condición telúrica de nuestro suelo.