Los Pesos del Agua. Proyecto realizado por Tomás Villalón + Emanuel Astete.
EL CASTILLO EN EL AGUA.
El gris anaranjado de los
zapatos hacia un poco de sombra sobre el maicillo brillante.
El caminar por el sendero es
parte de una historia conocida por todos, un acto cotidiano: sin acentos, sin
accidentes; casi como si el rutinario tiempo se apozara para hacer el camino
aun más lento.
El reflejo seco de la
tierra, la aridez plana, el verde homogéneo de los prados. Un paisaje pasivo
armado por los pasos y el ritmo silente de las suelas.
Cuando el ritmo parsimonioso
y plano parece adormecer el ir y venir, sincopadamente otro trinar desordena
los sonidos.
Un tono grave, azul
grisáceo, pesa sobre una amplificada sonoridad, casi como un nuevo estado que
altera una partitura conocida y planiforme.
Un resplandor inesperado,
como un espejismo, como un trozo de cielo, como un brillo recortado. Una tina
de agua teñida del negro de su fondo lo refleja todo: el cielo, los arboles,
los ecos y colores.
El agua construye la calma
con el aire y el tiempo necesario.
El agua toma distancia,
lejanía, cercanía intocable, lejanía deseable.
El agua no solo amplifica el
volumen de un castillo flotante, sino que amplifica sus ecos, duplica sus
colores y desdibuja sus bordes.
Es finalmente una imagen de
castillo, casi como una pieza recortada de una imagen onírica, o una
ilustración de Scolari. Un fuerte sin su
carne que aún conserva su foso de agua, sus puentes y sus naves.
Es un castillo distinto, una
pieza filamentosa, sostenida por sus nervios, por un esqueleto que ha dejado su
muralidad en otra parte, que ha extraviado las huellas del tiempo para sentar
un nuevo orden.
El castillo es una colección
de embalajes, no es solo uno, es un complejo, una serie, una acumulación, un
desembarco de experiencias que silentes reposan en el agua negra y densa.
No es fácil entender que
estuvo primero allí. Si siempre estuvo el agua reflejada, o si el agua inundo
estos cuerpos con el paso de los años. Quizás el agua cargo su reflejo, y solo
ahora logró materializar los embalajes en la superficie.
El agua vibra sonando en un
color oscuro y lento. El sonido de las gotas destruye la simetría de los pasos,
confunde la idea de continuar o detenerse, diluye la puerta, destruye ese
morboso punto donde las cosas deben controlarse.
El castillo parece no tener
una puerta.
El castillo parece no tener
suelo.
Es una ruina arrastrada por
el agua. Ha perdido sus piezas que le
daban sentido, dejando algunas cosas bajo el agua, otras sobre ella. Algunas
sin su carne, algunas sin su nombre.
Se hace necesario caminar
sobre el agua para poder entrar. El extravío de puentes y rutas, solo ha dejado
algunas huellas que permiten caminar mirando el suelo, viendo como pequeñas
maderas dejan pasar el agua y sus sonidos como capilaridades minúsculas,
dejando los pasos necesarios para interrumpir el reflejo y su silencio.
El interior emerge en un
riguroso orden. Un rigor extremo, fortificante, recto, rectangular. Un rigor
sin ruidos, silente, neutro, pausado. La dictadura de la geometría impone la
libertad del agua y sus movimientos, y la sentencia de los cuerpos edificados.
Los pasos en el suelo, son
dispersos. El agua ha llenado un tanque de agua rebalsando el segundo.
El agua aloja en su reflejo
negro los envoltorios de seis volúmenes desnudos, desprovistos de su carne,
vulnerables y traslucidos; Cada uno circundando un vacio que transforma la
magnitud inconmensurable del parque en un interior mensurable y
ergonométricamente próximo.
La exposición da paso a la
intimidad.
La agresividad de la
magnitud da paso al control de la proximidad: cercano, táctil, medible,
sensible, abordable.
Cada embalaje recibe estas
cualidades de una forma distinta. El agua desde el reflejo, desde el estanque,
desde la masa terrestre, a pieza almacenada, a recipiente, a vasija de
acumulación. Cada cuerpo es un embalaje
para un trozo de experiencia, para un relato del agua, para una manera
diferente en que el cuerpo interactúa con las singularidades de su fluidez,
capilaridad, peso, humedad, temperatura y coloridad.
Los pasos en el suelo, son
dispersos. El agua ha llenado un segundo tanque rebalsando el tercero.
Un silencio brumoso, una
humedad reflejada, un eco interrumpido, una lluvia negra, una línea de agua,
una transparencia pétrea.
El agua retiene estas
experiencias en pesos. Cargas que someten la estructura de los embalajes a
esfuerzos que denoten su firmeza. El agua en altura, el agua flotando, el agua
como simples gotas suspendidas en embalajes para su guarda.
Un pabellón desnudo y
esquelético se ha vestido de penumbra para recibir la bruma. La bruma como
silencio y como tiempo, expone el cuerpo a la humedad simple y honesta. Una
bruma desnuda, rojiza, una bruma bañada en tinta irrigada por un corazón de
ciprés humedecido por un acueducto que viaja en las alturas. Un acueducto
zigzagueante, veloz, gravitante y gravitacional, simple. Una tripa descalza e
irreverente que ha desatendido la dictadura de la geometría.
Los pasos en el suelo, son
dispersos. El agua ha llenado un tercer tanque. El tanque esta completo.
Un nuevo cuerpo esta vestido
del reflejo. El reflejo como un construcción invertida en una tinta negra. Una
tinta densa, espesa, que amplifica la forma de embrión de una barrica de fibra
de vidrio translucido y quieto, que cambia sus tonos por el movimiento del
agua. Una banca, el agua y el embrión de agua. Solo eso. El resto parece venir
de una ciudad invisible de Calvino, una construcción invertida, quieta,
silente, pesada.
A pasos, el eco de las gotas
compone una ordenada partitura. Un desalojado volumen se viste de una gruesa
tela de gamuza negra, arrugada y plegada, maciza y porosa. El ruido seco golpea
sobre una tina y se amplifica el eco logrando un silencio quebrado por la
incisiva métrica del ritmo, y la inesperada complejidad de los sincopados. La
caja de resonancia en ciprés, termina por construir un sonido con perfume
húmedo, con aroma y métrica, con tinta y orden.
Los pasos en el suelo, son
dispersos. El agua ha vaciado el primer estanque. El segundo y tercero
conforman el tanque.
Tras una cortina traslucida
blanca, el sonido punzante de la gota se desvanece en miles de semicorcheas que
golpean un tanque de agua negro. Un tanque de ciprés se ha llenado de orificios
para construir un universo de partículas de agua, un mundo acuoso que ha
atrapado el aire y el tiempo en la experiencia húmeda del cuerpo bajo la
lluvia. Las gotas humedecen y golpean, destruyen un ritmo candente y
parsimonioso, arman una sinfonía espesa y voluminosa. Es un cuerpo, es carne,
una caverna que ha construido un volumen poroso, franqueable, mojado, pesado y
etéreo.
Los pasos en el suelo, son
dispersos. El agua ha vaciado el segundo estanque. Únicamente el tercero
conforma el tanque.
El volumen de agua de
lluvia, da paso a un espacio estrecho y contenido donde una pieza de fibra
construye un monolito de agua solida y traslucida. Como un iceberg, como un
trozo de glaciar, como agua acumulada en una tina milenaria. Un embrión de agua
que ha acumulado lentamente su volumen y que por las comisuras va tiñendo de
blanco la tinta negra del estanque sus pies.
Finalmente, dos rocas, dos
cascadas, dos bulliciosas piezas que irrumpen en un espacio tejido de un manto
negro traslucido. El agua como cascada que salpica gotas ínfimas sobre las
partes desnudas de nuestro cuerpo. El sonido es distinto, es continuo, grave,
profundo. Es una experiencia sin pausa, continua, de aroma a agua y madera.
El castillo ha dejado de ser
el mismo que cuando pude cruzar su puente escondido. Se han llenado sus
tanques, se han vaciado lentamente sus recipientes en cada uno de sus salas, el
acueducto ha ido llenando y el suelo ha ido vaciando una y otra vez.
Los pasos en el suelo, son
dispersos. El agua ha vaciado el tercer estanque. El castillo esta sin su foso,
sin su coraza y sin su reflejo.
Probablemente regrese, este
castillo silente cambia con el lento trasvasije, con el llenado y el vaciado.
Nunca será el mismo, nunca será igual. Es un castillo vivo, aun mágico, aun
misterioso.
Seguramente, tampoco seré el
mismo cuando mis pies inunden su tinta negra otra vez.
Los pasos en el suelo, son
dispersos. El agua ha vuelto a llenar uno a uno los estanques. El castillo
nuevamente esta como cuando lo descubrí.
Tomás Villalón.
Emanuel Astete.
Pablo Schmith
Juan Elton.
Nicolás Schmith.
Santiago Rodriguez.
José Cordero.
Domingo Arancibia.
Matias Velarce.