Estructura y 3 mm. de madera nativa.
PABELLÓN DE CHILE EXPO DUBAI 2020.
Construir
un pabellón implica exportar.
Es
llevar un trozo de un país a otro lugar. Es un zarpe, una salida que obliga a
embalar algo para instalarlo en otro lado.
Es
este embalaje lo singular, y a su vez lo más interesante. Obliga a ser preciso,
y a su vez persuasivo. Como no puedo llevar todo, debo seleccionar y embalar.
Seleccionar con el Ánimo de ser agudo, y no caer en el absurdo.
Ya
lo menciona nuestra poesía. Es un trozo de suelo, un tanto perdido en la punta
de un continente. Pero al ser un territorio tan particular nos caracteriza la
condición de borde, de interioridad. Quizás es el precio que debemos pagar por
estar tras la montaña y apoyados en el canto del mar. Esa condición de canto,
de borde, sitúa nuestra localización en una cierta insularidad.
La
interioridad es resultado de nuestra localización. Pero es una interioridad
particular.
Por
ello, el pabellón debe ser un intento por importar esta interioridad. Por
llevar su borde, y sobre todo llevar su luz.
Es
la luz del interior un aspecto único. Llevar la luz de un espacio armado por límites
precisos, límites que no tienen aristas, que no tienen frentes, y que son
filtros de una luz tamizada, al igual que la de los bosques, al igual que la
luz espesa de la Patagonia, o la luz naranja de los desiertos.
El
proyecto es un embalaje de la luz y la interioridad, pero un embalaje con aspecto
de teatro. Un lugar que no tiene rasgos de edificio. Intenta construir un vacío,
continuo, interior, disperso, elíptico.
Este
interior no es más que un vacío. Este interior es sobre todo un vacío.
Dentro
de él no disponemos programa, muros, o elementos que disminuyan la fuerza del vacío
y de la luz.