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“El proyecto elemental es el proyecto mas simple posible, afirma la existencia de un hecho concluso; su signo característico es que ningún otro proyecto elemental puede estar en contradicción con él; es el diseño mas simple que significa arquitectura de la misma manera como “en relación de dos puntos separados por la misma distancia” es la designación mas simple que significa geometría.”

BORCHERS, JUAN. “Institución Arquitectónica”. Editorial Andrés Bello, Santiago.1968. Pág. 52.

PESO

Texto. Tomás Villalón.






Hay algo innegable en la gravedad.

Muchas veces las cosas permiten que podamos ver su testimonio en la heridas que va dejando el tiempo. No es la forma de caer, de precipitar, que parece ser perpetua y omnipresente, sino la manera en que la forma lo manifiesta. Poder dibujar la fuerza que recorre el edificio, parece ser un ejercicio hermoso cuando la arquitectura permite hacerlo.

Una roca, un árbol, una colina, un trozo de tierra.

La fuerza de sus pesos se dibujan en las costuras, las comisuras, los nervios y apoyos que ha consolidado el paso de los años. Es la manera en que la costra de la roca parece dibujar las fuerzas que el tiempo se ha encargado de estampar en su rugosa tosquedad. Los nervios del árbol, que se alza serpenteando el viendo para apoyar su peso en el suelo, haciendo evidente su necesidad de firmeza y ductibilidad en los espesores de cada una de sus piezas. Sus anchos y espesores, parecen responder a esta necesidad.

Es el peso y el tiempo, la gravedad y la tierra.

En Chile este peso parece ser distinto. Es un peso denso y espeso, un peso que no sólo gravita, sino que precipita sus cargas con exigencias derivadas de las fuerzas dinámicas horizontales.
Es un peso derivado de su geografía, de los accidentes que han dado forma al suelo, de la colisión de la placa Sudamericana y la placa de nazca, condición que ha moldeado nuestro suelo, historia, gente y desde luego nuestra arquitectura.
A partir del ensayo y error, nuestros edificios se levantaron para ser derribados una y otra vez. Ese largo proceso se consolida materializando una estética del resguardo que moldea nuestros edificios en una lógica donde la carga y los sistemas de soporte estructural definen espesores, distancias, tamaños que explica que el peso en nuestro suelo se expresa de manera distinta en la obra de arquitectura. 
Los sistemas que el tiempo ha obrado para sostener las cosas en pie, parecen enfrentar un suelo rebelde, inquieto, intranquilo. En consecuencia, nuestra arquitectura obra desde su estética del resguardo, aportando una visión particular donde el peso y la estructura son un potente punto de partida para obrar nuestra arquitectura.

¿Cómo podría nuestra obra hacer del peso un elemento que defina la singularidad de nuestra expresión arquitectónica?

¿Cómo podría el peso poner a prueba los límites de la expresión estructural del proyecto de arquitectura?

La singularidad de nuestro peso, es al edificio, lo que su principio formal, es a su expresión estructural y arquitectónica.
Somos arquitectura robusta, de dimensiones acotadas, de arriostramientos diagonales, muros, elementos apuntalados, una arquitectura ajena al pilar, las grandes luces y los voladizos, una arquitectura que prefiere una necesidad de resguardo ante la ligereza y la liviandad.    

¿Cómo hacer de estos atributos una singularidad?

El peso debiera dibujar sus vectores en la piel de los edificios, casi como un tatuaje que ha dejado el tiempo en sus huesos, sus músculos. El cuerpo debiera tener sus medidas gruesas, robustas, definidas para oponerse (o sumarse) a los movimientos de la tierra. La arquitectura de los pesos (los pesos de la arquitectura), que deforman y alteran lo que parece ser frágil y silente, para mostrarnos una expresión cruda, tosca, gruesa, robusta, cárnica, única, bella.
La arquitectura como peso y como una expresión evidente. Que aquello que soporta sea arquitectura, estructura, función, pieza constructiva. Asimilar la honestidad como una expresión que da cuenta del cruce de la arquitectura con el territorio, y que singulariza nuestra apropiación como un enfrentamiento local entre el cuerpo del edificio y la condición telúrica de nuestro suelo.